martes, 16 de junio de 2009

Fin de curso

Último día del curso de español y me atrevo a decir que ha sido una experiencia positiva. No soy la mejor maestra del mundo; no sé explicarme y hablo a la velocidad del rayo, pero , aún habiendo corroborado ese presentimiento de mi ineptitud como docente que tenía hace ya tres meses, considero que ha sido una experiencia bonita. Es cierto que he perdido la calma en más de una ocasión cuando, después de 6 clases repitiendo la palabra “ella” o “coche”, ellos continuaban diciendo “ela” y “coque”. Es cierto que casi me he dejado la garganta en el empeño de enseñarles a pronunciar la j y continúan diciendo cosas rarísimas como “naraña” (para decir “naranja”) o “gigo” para decir “hijo”. Pero es cierto también que me ha servido para cosas como, por ejemplo, comprender a mis profesores de instituto y entender su frustración cuando contemplaban que yo no había estudiado nada y era imposible avanzar porque no había aprendido la lección anterior. No voy a regalarles un jamón como compensación y ni siquiera ponerme en contacto con todos y cada uno de ellos para rogarles disculpas, pero, al menos, ahora conozco la sensación que seguramente les provocaba mi actitud y que, por aquel entonces, no me había ni planteado porque eran unos señores que cobraban su sueldo todos los meses para aguantar a grandes estudiantes como yo. Y he conocido también el sentimiento contrario, el de tener entre todos mis alumnos a uno favorito; como persona o como alumno (o como ambas).
Además, gracias al curso me he planteado comenzar a hacer ejercicios de vocalización. Y si en Septiembre sigo hablando este italiano mezclado con gallego, español e indio, ¡¡al menos me entenderán en mi propio país!!. AMÉN.